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viernes, 23 de diciembre de 2011

En el corazón de la música

Carlos Michelutti sabe que los instrumentos tienen alma. Lo sabe desde los 14 años, cuando fabricó su primera guitarra para el músico cordobés Pepe Figueroa.

Carlos y su hijo Francesco Michelutti.

Carlos Michelutti sabe que los instrumentos tienen alma. Lo sabe desde los 14 años, cuando fabricó su primera guitarra para el músico cordobés Pepe Figueroa. “Existe una sinergia entre el músico y su instrumento –explica– y la tarea 
del luthier consiste en descubrir ese lazo especial. Estudiar cómo el músico abraza la guitarra y cómo vibran juntos, por su cercanía al corazón. Esa es la medida del instrumento, un formato único para cada persona”, define, y le pone el cuerpo a sus palabras en un abrazo imaginario.

Ese saber, consolidado por una producción de casi 400 instrumentos, le viene también de su propia experiencia como violero en la banda de rock “Elefante blanco”. Entonces, era estudiante en el Conservatorio Provincial de Música Félix T. Garzón y alumno del profesor Manuel de Antequera, un obrero ferroviario que daba clases particulares mediante el método del cifrado, muy recordado además por sus conciertos de guitarra flamenca.

El camino de la sangre. Hijo de Paulino, metalúrgico matricero y de Dora, docente enamorada de su profesión, nació y creció en Alta Córdoba, al igual que sus hermanos, quienes luego tomaron rumbos muy diferentes al suyo: Luis, guardaparques en la laguna de Mar Chiquita; Gustavo, empleado de la usina nuclear de Río Tercero y Marcela, arquitecta residente en Río Cuarto.


Por esa casa paterna desfilaron cientos de músicos cordobeses cuyos instrumentos fueron reparados o fabricados por el luthier. La vivienda sería también un punto neurálgico 
para la historia del rock cordobés, ya que se congregaban allí decenas de jóvenes en tertulias eternas y tan concurridas que fue necesario implementar un sistema de turnos. Eran tiempos en que la matiné del sábado se vivía en la vereda: con niños jugando, gente lavando el auto y músicos ensayando en los garajes de las casas.

Cuando la primera juventud quedó atrás, Michelutti se sintió impulsado a conocer otros rumbos. Con el aliento de sus compañeros de militancia –entre ellos, el actual gobernador electo José Manuel de la Sota–, proyectó la creación de una escuela de luthería en nuestra ciudad. Fue cuando dio el gran salto y se fue a vivir a Gubbio, donde existe una escuela de maestros luthiers. Casado con una cordobesa, su hijo Francesco nació en la pequeña localidad italiana de la región de Umbría.

Francesco heredó la pasión musical de su progenitor, lo que los decidió, al cabo de 14 años de estancia en Gubbio, a mudarse a Cremona, donde funciona la Escuela Internacional de Luthería, la más importante del mundo en la especialidad. Allí, los estudiantes hacen el secundario, estudian tecnología de la madera y diseño técnico.

Pero no sólo el legado de una vocación marcó a fuego la sensibilidad del hijo, sino por sobre todo su amor por Córdoba, donde planea instalarse una vez que finalice su formación.

“Me late fuerte el corazón cada vez que recorremos lugares ligados a la memoria de mi viejo”. Así, cuando Francesco cumplió 11 años (hace 7), sus padres le regalaron la ciudadanía argentina, en una ceremonia en la que participó el cónsul, quien le obsequió una bandera.

Otros músicos argentinos que triunfan en el exterior fueron parte de su selecta clientela, como la cellista Sol Gabetta, radicada en Suiza y el guitarrista de jazz Daniel Corzo, cordobés con pasaporte abierto. Al percusionista Minino Garay, residente en Francia, Michelutti le fabricó un cajón peruano, algo excepcional dentro de su producción, ya que el luthier se dedica básicamente a las cuerdas. Y hasta Franco Petracchi, considerado el más grande contrabajista del mundo, cuenta con un instrumento de la rúbrica Michelutti.

Escuchar, pulir, limar. El luthier no sólo limita su oficio a la forja de instrumentos clásicos, cuya génesis y desarrollo investiga previamente. También, junto al compositor y ejecutante Paolo Schianchi, trabajó el diseño y la construcción de Octopus, una combinación de guitarra de 37 cuerdas, con arpa y dos mangos, empleado para la musicalización de varias películas.

“En la fabricación de instrumentos se tienen en cuenta dos cuestiones principales: la postura del músico y el género o estilo que ejecuta. Y conocer de dónde viene la pieza; un instrumento va haciendo historia.”

El luthier opera como un cirujano; con gubias y bisturíes va tallando las maderas, raulí, cedro rojo y algarrobo entre las argentinas elegidas para fabricar los mangos.

El valor promedio de una guitarra artesanal oscila entre los cuatro mil y cinco mil euros. Este no es un dato 
menor, si tenemos en cuenta que los ingresos de los músicos en Europa no son altos, variando entre 50 y 150 euros por noche de actividad.

Michelutti dedica un promedio de 12 horas diarias a su labor. A veces recibe la visita de un colega argentino, vecino de Cremona, y comparten unos mates recordando sus pagos. Su hijo Francesco se suma al dúo a la salida de la scuola 
y le ayuda a darle forma a alguna 
tabla de instrumentos o al cuerpo de un bajo.

“Es condición del luthier contar con un buen oído. Para eso se trabaja con un estetoscopio, que mide las vibraciones para detectar los problemas de afinación. También el tacto hace a 
la sensibilidad exquisita y sutil del 
luthier”. Ambos sentidos intervienen decididamente en la calidad de ter­minación de la pieza: “El verdadero trabajo del luthier está adentro del 
instrumento, en su tarea para que 
circule bien el aire, lo que supone 
un fino y minucioso compromiso de pulir y limar”.

En reconocimiento a su excelencia profesional, Michelutti recibirá a fines de octubre la distinción de “Mejor Luthier del Año” por la Asociación Marcel Dadi (ADGPA).







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